viernes, 27 de junio de 2008

Las retenciones: un antídoto para la enfermedad holandesa

Por Matías Kulfas

Hace más de 25 años, Marcelo Diamand –uno de las mentes más lúcidas que tuvo el pensamiento económico de la Argentina en el siglo XX- escribió un artículo titulado “La estructura productiva desequilibrada y el tipo de cambio”. Ese artículo posee una sorprendente actualidad. Diamand era un economista profundamente comprometido con el desarrollo económico e industrial. Por entonces, procuraba debatir con el pensamiento ortodoxo acerca de la caracterización del sector industrial argentino. No faltaban, al igual que en las últimas décadas, quienes sostenían que la industria argentina era ineficiente y que sólo podía sobrevivir en base a una política económica que generara distorsiones en la economía doméstica e inhibía las capacidades de desarrollo. Para estos analistas la receta era muy simple: liberalizar y desregular la economía y permitir que los sectores más eficientes (el campo y las finanzas) guiaran el crecimiento del país.
A comienzos de los años ’70, la industria argentina mostraba ya cuatro décadas de trayectoria evolutiva. Estaban a la vista su brecha de crecimiento respecto a los países industrializados, pero también era posible observar logros significativos. El economista Jorge Katz relevó 30 proyectos de exportaciones de plantas llave en mano a comienzos de esa década, es decir, la Argentina de esos años exportaba tecnología. Vale mencionar los avances en la siderurgia, la metalurgia, la energía atómica, las industrias naval y aeronáutica y la química, además del núcleo tradicional de alimentos, bebidas, textil e indumentaria. La Argentina de esos años comenzaba a exportar bienes industrializados, aspecto que permitía avizorar una luz que permitiera romper el círculo vicioso que derivaba en los denominados ciclos de stop and go.
No obstante estos avances, la ortodoxia y muchos sectores de poder sostenían que la industria argentina era ineficiente y no tenía sentido perder el tiempo despilfarrando recursos en su desarrollo. Ante esta aseveración, Marcelo Diamand se propuso analizar con minuciosidad y rigor las características estructurales de la economía argentina y las bases de esa conflictiva relación entre campo e industria. Sostenía Diamand que en realidad era incorrecto afirmar que la industria argentina fuera ineficiente en términos absolutos. Por el contrario, muchos sectores manufactureros podían exhibir un buen desempeño tecnológico y productivo en una comparación específica con el mismo sector de otros países, incluso con algunas economías más industrializadas. El problema, mantenía Diamand, es que la Argentina posee una estructura productiva desequilibrada en la cual conviven un sector agropecuario de larga trayectoria y muy elevada productividad, basada en la fertilidad de los suelos, con un sector industrial más incipiente y de menor productividad relativa. ¿Qué significa esto en términos prácticos? Que la mayor productividad del campo y su característica de sector exportador conducen a un permanente ingreso de divisas cuyo efecto es la apreciación de la moneda doméstica. Esta apreciación monetaria afecta la competitividad del sector industrial y en eso se basa la presunción de su ineficiencia.

La teoría económica trató este tipo de problemas con posterioridad con la denominada “enfermedad holandesa”. Este fenómeno surge del análisis de lo ocurrido en Holanda en la década del ’80, cuando dicho país descubrió la existencia de valiosas reservas de gas natural en el Mar del Norte. Descubrimiento que, naturalmente, fue muy bien recibido. Por entonces, Holanda era un país con una industria manufacturera muy competitiva y desarrollada. La explotación del gas parecía una bendición para incrementar su riqueza. Sin embargo, el fuerte incremento de las exportaciones de ese recurso llevó a que la mayor oferta de divisas apreciara su moneda y su sector industrial, que –como dijimos- era muy competitivo, sufriera una súbita caída de su competitividad. El análisis de Diamand fue anterior a la teorización de la enfermedad holandesa, y por ese motivo, Hugo Nochteff en “El desarrollo ausente” define al caso argentino y a la tesis Diamand como “enfermedad holandesa evolutiva”.
¿Cómo se afronta esta situación? La respuesta de Diamand es que la política económica debe estimular el desarrollo industrial promoviendo la equiparación de la estructura de productividades relativas, y en esto juega un papel central la política cambiaria. La respuesta es entonces la fijación de un sistema de tipos de cambio múltiples que mejore la competitividad de la industria ante el sesgo distorsivo que introduce el agro en el funcionamiento de la economía. Esta aseveración parte también de la base que la industria manufacturera parte con desventajas comparativas respecto al agro. La manera de morigerar esas asimetrías y esos desequilibrios no son naturalizándolos sino, precisamente, comprendiendo su naturaleza y obrando para modificarlos.
La respuesta de Diamand se parece muchísimo a la política económica implementada a partir de 2003. El elemento introducido en este caso han sido las retenciones a las exportaciones. De este modo, la fijación de un tipo de cambio competitivo permite estimular la industrialización sin que ello derive en una excesiva apropiación de la renta generada en la economía por parte del sector agropecuario. Al mismo tiempo, evita que el incremento internacional del precio de los alimentos se traslade en su totalidad al mercado doméstico.

Recordemos el procedimiento de política cambiaria vigente. La autoridad económica establece un tipo de cambio competitivo en términos reales. Mucho se ha discutido en la literatura económica acerca de la existencia o no de un tipo de cambio real de equilibrio y de su inexorable “reversión a la media”. Si esto fuera así, dicen los ortodoxos (y sostienen que así es), no tiene sentido una política monetaria que estimule una moneda devaluada ya que tarde o temprano el tipo de cambio tenderá a ubicarse en torno a su valor de equilibrio. Sin embargo, muchos países apuestan a administrar una apreciación suave de modo tal que la volatilidad no afecte la marcha de los negocios en la economía real y, fundamentalmente, los proyectos de inversión. Siendo el tipo de cambio real un precio clave en una economía como la Argentina, una gran volatilidad, al igual que una fuerte apreciación, es un desaliento a la inversión.
La apuesta entonces es a fijar una paridad competitiva para luego sostenerla “comprando”, mediante la emisión monetaria, los excesos de oferta de dólares que generan las exportaciones. El procedimiento finaliza mediante la esterilización, es decir emitiendo bonos para evitar que la inyección de moneda local genere tensiones inflacionarias. De esta forma, el sector agropecuario obtiene una elevada rentabilidad derivada de un tipo de cambio efectivo (tipo de cambio nominal menos retenciones) que resulta más elevado que en situación “de equilibrio” y el sector industrial tiene incentivos para exportar y sustituir importaciones y una protección para evitar el exceso de importaciones.

Como se puede apreciar, las retenciones distan de ser una mera herramienta recaudatoria para jugar un papel central en la política económica. En primer lugar, porque garantizan el crecimiento de la producción en su conjunto sin que la expansión agropecuaria se traslade automáticamente al precio de los alimentos que se consumen en el mercado interno. En segundo lugar, porque no atentan contra la rentabilidad del agro: los márgenes brutos por hectárea son en la actualidad, y aún con el nuevo esquema de retenciones, un 300% más altos que durante la Convertibilidad, como lo han demostrado los cálculos de Nicolás Arceo y Javier Rodríguez. En tercer lugar, y tal vez el más importante, porque de lo que se trata, en definitiva, es de articular una estrategia que permita asociar al campo y la industria en una estrategia de desarrollo. Y, fundamentalmente, que el desarrollo de uno estimule al del otro y viceversa (el ejemplo más claro es la maquinaria agrícola, pero también la biotecnología, el software, entre muchas otras). Finalmente, cabe señalar que es incorrecto señalar que las retenciones son distorsivas porque, en definitiva, son un impuesto a las ganancias generadas por la política de sostenimiento del tipo de cambio. Desde el punto de vista del sector agrario, el tipo de cambio nominal sin la mencionada política resultaría más bajo que el tipo de cambio efectivo que vienen percibiendo estos años.

En suma, las retenciones son una herramienta que equilibra las condiciones estructurales para forjar la construcción de una sociedad incluyente, donde el campo pueda crecer y dar cuantiosas ganancias como en estos últimos años pero en armonía con el proceso de reindustrialización, la recuperación del empleo y el salario.
Esta nota fue publicada por el Diario Buenos Aires Económico el 25 de junio 2008

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